No tiramos esas bombas por venganza. Los dejamos caer para intentar evitar un sangriento desembarco de nuestras tropas en suelo japonés. Las bajas habrían sido millones para ambos lados. Fue algo cruel, pero no tuvimos otra opción y eso hizo que Japón se rindiera y pusiera fin al derramamiento de sangre. Ya nos habíamos vengado de Pearl Harbor durante el transcurso de la guerra. ¡Japón no se habría rendido si no fuera por esas bombas y el Emperador finalmente dijo basta!