Lawson
Existen varios mecanismos diseñados para proteger nuestros ojos de daños externos y patógenos. Primero está la conjuntiva, una membrana delgada y transparente que cubre la parte frontal del ojo y los párpados internos. Las células de la conjuntiva producen una mucosa que ayuda a lubricar el ojo.
Nuestras pestañas y cejas son pelos especializados para proteger los ojos de partículas que puedan dañarlos. Cualquier cosa que los toque hace que los párpados parpadeen. Nuestros párpados protegen y lubrican nuestros ojos.
Pequeñas glándulas productoras de aceite recubren el borde interno de nuestros párpados. Estos aceites se mezclan con las lágrimas cuando parpadeamos, manteniendo el ojo húmedo y limpio. La órbita o cuenca del ojo es una cavidad ósea en forma de cono que protege el ojo. La cuenca está acolchada con tejido graso que permite que el ojo se mueva con facilidad. La glándula lagrimal libera continuamente lágrimas y otros fluidos protectores sobre la superficie del ojo para evitar que la córnea se deshidrate.
El iris ayuda a proteger la retina sensible al abrir y cerrar la pupila, en respuesta al brillo de la luz circundante. Finalmente, está la esclerótica, la pared blanca y dura del ojo. Junto con la presión del fluido interno, mantiene la forma del ojo y protege sus delicadas partes internas.