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El primer paso en la amplificación de sonido moderna es convertir la vibración del sonido, que es una forma de energía radiante acústica o mecánica, en energía eléctrica. Esta función la realiza el micrófono. Las ondas sonoras, que en realidad son variaciones en la presión del aire, son convertidas por el micrófono en un voltaje eléctrico correspondiente que varía en frecuencia y fuerza de acuerdo con la "presión" de las vibraciones del sonido. Los micrófonos son instrumentos necesariamente delicados y deben recibir un cuidado especial.
Dado que la salida del micrófono es una señal o voltaje eléctrico muy diminuto, esa señal debe fortalecerse o amplificarse miles de veces para "impulsar" un altavoz. Para ello, se utiliza un amplificador de audio. Muchos amplificadores tienen la posibilidad de recibir las señales de varios micrófonos u otras fuentes, combinarlas y luego amplificar el programa combinado a la potencia requerida para que la audiencia escuche fácilmente. Ocasionalmente, se usa un preamplificador separado para aumentar las señales de bajo nivel de los micrófonos, mezclarlos y luego distribuir el programa combinado a cualquier punto, cercano o lejano, donde se pueda amplificar aún más según sea necesario. Los grandes sistemas de sonido pueden utilizar muchos amplificadores, cada uno trabajando para suministrar el programa a un área específica, donde la audiencia puede consistir en unas pocas personas o muchos miles.
Finalmente, la señal eléctrica amplificada se alimenta a uno o más altavoces. El altavoz actúa como una especie de micrófono a la inversa. Un cono o un diafragma se pone a vibrar por la corriente eléctrica amplificada. La energía eléctrica se convierte así en energía mecánica, creando vibraciones en el aire adyacente una vez más con ondas sonoras que son audibles para nuestro oído.